SALA DE ANÁLISIS
A años luz
Amo mucho el ajedrez, lo amo desde hace tiempo y tal
vez para toda la vida. Estudio ajedrez continua y minuciosamente. Sin embargo,
de vez en cuando, al valorar lo aprendido y planear lo que debo hacer en un
futuro próximo, me asombro de la inagotabilidad del ajedrez. Juzguen ustedes
mismos. Se jugaron millones de partidas, se escribieron miles de obras, se
analizaron diferentes aspectos del juego, pero hasta ahora no existe ninguna
fórmula universal ni método del ajedrez que garanticen el triunfo, no hay criterios
matemáticos rigurosos de valoración ni siquiera de una jugada, ya sin hablar de
posiciones. Los entendidos en ajedrez tienen perfectamente asumido que en la
mayoría de posiciones hay no una, sino varias continuaciones aproximadamente
equivalentes y cada cual elige la suya, la que considere mejor, guiándose por
su experiencia propia, gusto, capacidad de cálculo y hasta carácter. El intento
de recurrir a ordenadores por ahora no da el resultado apetecido, porque no se
ha hallado el algoritmo del juego de ajedrez ni el programa que indique la
salida justa de situaciones complicadas. No es muy relevante hablar de
detalles, situaciones y fases de la partida, cuando hasta el momento no hay
repuesta a la pregunta: ¿Qué es el juego de ajedrez?
¿Deporte? ¿Ciencia? ¿Arte?
GARRY KASPAROV.
Hace más de 25 años pensaba igual que la mayoría de
ajedrecistas: que las máquinas no podrían llegar a ganar a los humanos porque
no podían alcanzar las sutilezas de la estrategia, prever el juego combinativo,
responder a determinadas jugadas donde se sacrifica material, valorar
suficientemente que el fin último del juego es el mate, etc. Las computadoras
nos ganarán en capacidad de cálculo, en memoria, en capacidad de procesar
información, pero deben saber quien manda, y la lucha por la inteligencia
quedará siempre demostrada porque perderán al ajedrez, ya que en definitiva han
sido programadas por nosotros. Pensaba que el ajedrez era infinito, inagotable,
inabarcable, casi mágico, y que las máquinas no llegarían a entenderlo ni a
inquietar a los humanos.
Pero un día, en 1996, todo cambió…Me puse a pensar sobre el asunto y eché algunas
cuentecillas:
Lo siento, pero va primero un pequeño ejemplo: si Juan, Pedro y María se van a
comprar un helado cada uno y hay 5 clases de helados, ¿cuántas posibilidades
hay? Son variaciones con repetición de 5 elementos tomados de 3 en 3 (influye
el orden, los elementos elegidos y se pueden repetir). Para Juan hay 5
posibilidades, por cada una de ellas hay para Pedro otras 5 posibilidades y a
su vez otras 5 posibilidades para María. Total 5x5x5=125.
El ejemplo anterior nos sirve para
pensar sobre ¿cuántas partidas de ajedrez diferentes hay? O lo que es el mismo
problema (bastaría multiplicar) ¿Cuántas posiciones diferentes hay? En realidad,
no vamos a calcular ese número, sino que vamos a hacernos una idea del tamaño
de ese número: para la primera jugada del blanco, tenemos 20 posibilidades;
para la primera jugada del negro, 20 posibilidades; para la segunda jugada del
blanco, tenemos menos de 50 posibilidades, etc. Para cada jugada, podemos
convenir que hay como máximo 100 posibilidades (tirando por todo lo alto) y
podemos poner un total de 400 jugadas (200 por cada bando). Así que tendremos
variaciones con repetición de 100 elementos tomados de 400 en 400, que sería
100 elevado a 400, es decir, la unidad seguida de 800 ceros.
Un número enorme: para hacernos una idea, un año luz (la distancia que la luz
recorre en un año) son 9.460.800.000.000.000.000 de mm. ¡9 trillones de
milímetros! ¡Y sólo tiene 18 ceros! Así que si cada partida diferente midiese 1 milímetro, unidas
medirían una distancia que sería un número seguido de 780 ceros de AÑOS LUZ. En
los cálculos podemos poner menos posibilidades, pero igualmente el número sería
enorme. Sí, sí, enorme, pero lo que a mí me interesa es que es un número muy
grande, todo lo grande que quieras, pero un número FINITO, posible de escribir,
que se abarca, que se agota, que se acaba...
¡¡¡Malditas cuentecillas!!! Menos
mal que ese año Kasparov venció a Deep Blue, que procesaba 200 millones de
posiciones por segundo (y encima las mejores). Pero todo era ya inútil, me di
cuenta de que estábamos en mal camino, de que era cuestión de tiempo, que
íbamos a sucumbir irremediablemente ante las máquinas. Sentí tristeza porque sabía
que llegaría un momento en el que las máquinas abarcarían un número tan grande
de posiciones que los humanos no podríamos competir con ellas por la diferencia
de nivel que habría.
Y así fue, al año siguiente, el 11 de mayo de 1997, llegó el desastre. Se organizó la revancha
en New York: Kasparov contra Deep Blue II, con resultado 2,5-3,5. Lo que
parecía imposible hace décadas acababa de ocurrir: una computadora había ganado
al mejor jugador humano. Más recientemente, en Bilbao (2004), se enfrentaban 3 GM (entre ellos el
ex-campeón del Mundo Ruslan Ponomariov) y 3 programas. Las máquinas
consiguieron imponerse en 3 de las 4 jornadas, con un resultado total de 8,5-3,5.
Las máquinas habían entrado en
nuestro reducto de inteligencia, así que ¿son inteligentes? Pues no, no saben
hacer la O con un canuto, pero… cogen la O le asignan un número que luego
convierten a base 2 con “ceros y unos”, “apagado y encendido” y lo almacenan en
unidades de información con celditas encendidas o apagadas llamadas bytes. No
nos ganan en inteligencia, pero sí en fuerza bruta. Es lo mismo que ocurre con
una calculadora de bolsillo capaz de calcular grandes operaciones con números,
y nadie pretende que una calculadora de bolsillo sea inteligente. Un programa
de ajedrez es sólo una calculadora sofisticada. Pero su fuerza bruta se
manifiesta en su capacidad de cálculo y memoria. No son inteligentes, pero sus
capacidades nos superan.
Hemos perdido las últimas batallas,
pero lo que es peor, es que la guerra está perdida en pocos años. No hace falta
que las máquinas lleguen a dominar el número enorme de partidas o posiciones
diferentes; bastará sólo con que multipliquen su capacidad de cálculo actual. Y
a largo plazo, ¿que te voy a contar? El mejor humano perderá contra el peor
programa y podría llegar a celebrarse el campeonato del mundo entre los dos
mejores programas: por ejemplo, antes de que las blancas jueguen, las negras
abandonan porque las blancas han anunciado que será inevitablemente mate en 348
jugadas, y el negro está de acuerdo con el análisis. El juego estará entonces
cerrado, colapsado, sin emoción para las máquinas, que lo convertirán en otro
tres en raya.
Sí, ya...los humanos podemos seguir jugando entre nosotros, podemos
divertirnos, aprender, mejorar nuestro juego, competir, seguir disfrutando del
maravilloso mundo del ajedrez; pero no nos engañemos, ya no será lo mismo. Estaremos
en un segundo plano, nos ayudarán, nos asesorarán y enseñarán, pero no
olvidaremos que han entrado en el reducto que nos quedaba. ¿Cuál será su
siguiente objetivo?
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IM Raúl Ocampo Vargas, trainer FIDE.